Menús de carne humana en el Cannibal Club


A veces, cuando me pongo apocalíptico, me da por pensar que está muy cerca el fin de este mundo. Es una mezcla de intuición y conocimientos adquiridos. Sin embargo, la realidad parece rectificar constantemente mis impresiones, insinuándome que todavía falta un tiempo para eso. Lo cierto es que no sabemos cómo de feas se pueden poner las cosas antes del fin.

Hace apenas unos días, el 10 de enero de 2018, advertía el periódico La Voz de Galicia que los dueños de mascotas sin microchip podrían ser multados con quinientos euros, en base a una recién aprobada ley de protección animal[1]. El futuro de la raza humana parece ir por el mismo camino. Seremos marcados como reses, y además sin que presentemos demasiada resistencia. Ya se sabe, vivimos en un mundo de servidumbres voluntarias: antes de que se nos ocurra protestar, nos habrán convencido de que llevar microchip es algo bueno.

El afeamiento de los tiempos finales apenas podemos intuirlo, de hecho. Las abominaciones han de ser de tal calibre que hagan parecer poca cosa los pecados antediluvianos y los de los paisanos de Lot y su familia. Y lo cierto es que el espíritu del Anticristo ya está en el mundo (1 Juan 4, 3).

¿Qué podría decirse, por ejemplo, de un mundo en el que se ofertaran menús con carne humana? ¿Qué podría pensarse de un mundo donde sus patrocinadores aspirasen a normalizar la antropofagia? Semejante escenario, si se quiere, puede plantearse como el argumento de una pesadilla, pero ya es una realidad más de este mundo que agoniza.

Cannibal Club es un restaurante especializado en la preparación de carne humana, que «brinda la vanguardia de la cocina experimental a los paladares más refinados de Los Ángeles»[2]. Este local presume, además, de gozar de una clientela exclusiva (incluye a notables cineastas, intelectuales, celebridades, figuras literarias y músicos de vanguardia). De momento prefieren no decir quién les suministra la «mercancía», aunque aseguran que la carne la obtienen de cuerpos jóvenes y saludables.

Pero el equipo no se oculta. En la página web de Cannibal Club aparecen los rostros y nombres de los miembros del conciliábulo. Elspeth Blake es la despreciable propietaria; Sophie Laffite la desgraciada jefa de cocina; Hero Conners el criminal director artístico; y Raven Chan la abominable gerente de servicio, que «se encarga de la abrumadora tarea de procurar nuestras carnes especiales». Y aunque repudian el anonimato, sí cuidan con mucho celo el proceso de membresía, de tal manera que trabajando en privado, puedan servir sus menús de carne humana a los miembros verdaderamente «iluminados».

Decía antes que los patrocinadores de esta demoníaca oferta culinaria aspiran a normalizar la antropofagia. Por eso justifican el canibalismo arguyendo que es una práctica tradicional en algunas culturas o pueblos primitivos. Lo cual me recuerda a la terrible Ventana de Overton, poderosa técnica de manipulación que consiste en cambiar la percepción de la opinión pública para que las ideas que antes se consideraban descabelladas sean aceptadas a lo largo del tiempo. Precisamente, el canibalismo podría ser legalizado el día de mañana si existiera una voluntad pertinaz que aplicara esta técnica. El caso de Cannibal Club demuestra que su normalización ya está en marcha.

En fin, a pesar de mis cálculos, ¿no es todo lo anterior una prueba de que lo peor está por venir?


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