Nuestra época ha pasado y la de Expediente X también


En mi juventud me sedujo enormemente una serie de televisión llamada Expediente X. Nunca lo he escondido. De ella me atraían sus protagonistas, su libertad de acción, su inteligencia, la ambientación, el atrezo, la estética, y los misteriosos casos a los que se enfrentaban a diario. Con el tiempo puedo decir que comparto con Dana Scully y Fox Mulder algunas cosas: poseo varios títulos universitarios, viajo con regularidad, pertenezco a una profesión de cierto prestigio social y la vida me parece un verdadero misterio (por el cual, además, no dejo de preguntarme).

La pareja en cuestión representó desde un principio el falso dilema entre fe y razón, ciencia y teología. Tensión que se reflejaba también en ellos mismos. Ella era una médica creyente, él un crédulo psicólogo. Sin embargo, ni ella es tan racional como pretendía ni él tan crédulo como aparentaba. En el tercer capítulo de la undécima temporada, la científica Scully es capaz de tomarse tres bolitas de pan por si las moscas, considerándolas un posible amuleto, e incurriendo por ello en un claro ejemplo de superstición (no se me olvida que es cristiana católica, aunque quizá estaba atravesando en ese momento una noche oscura, como yo mientras escribo esto). Por su parte, el apuesto Mulder es un creyente sui géneris: sólo cree en monstruitos y alienígenas. 

En esta última temporada siguen estando muy presentes los rasgos que definían a la inolvidable pareja del FBI, de eso no hay duda. Sin embargo, ha crecido sobremanera el interés por las conspiraciones. Y la finalidad es evidente para quien sabe leer entre líneas. El propósito de la vuelta de Expediente X es intoxicar y ridiculizar a quienes dan algún crédito a las llamadas «teorías de la conspiración». El episodio cuarto de esta última temporada es una prueba irrefutable. Pese a todo, me ha parecido genial, y con él me he reído como no recordaba haberlo hecho con un episodio de mi serie favorita.

En este capítulo (11x04) Mulder acaba desquiciado, y reconoce que ya no encuentra los lazos ocultos entre las cosas; «el mundo se ha vuelto demasiado loco hasta para mi capacidad conspirativa», confiesa. Por cierto, ¿alguien lo niega?

Pero el punto álgido del episodio sucede con la aparición de un extraño personaje llamado «Ellos». El misterioso doctor se reúne con el agente Mulder para asegurarle que nuestra época ha pasado. Los noventa, según el doctor, era todavía una época en la cual las personas poderosas podían mantener en secreto sus secretos. Eso ha cambiado. Y por eso se buscan sus mañas para seguir llevando las riendas del mundo, desinformando a través de los medios de comunicación, las páginas web y las redes sociales. No obstante, algunas teorías de la conspiración, por mucho que se esmeren en ridiculizarlas, son reales, y produce sonrojo tener que probar que hay personas que a lo largo de la historia han conspirado para conseguir determinados fines. Valdrán dos hechos históricos altamente sospechosos: 1) la caída de las Torres Gemelas y 2) la muerte de Diana de Gales. A día de hoy resulta obvio que las Torres Gemelas no se derrumbaron como consecuencia del impacto de sendos aviones, puesto que la Torre 7 del WTC se vino abajo horas después sin que impactara en ella ninguna aeronave. Y respecto a la muerte de Diana de Gales, nadie que conozca las conclusiones de las dos investigaciones oficiales, más la privada de Mohammed Al-Fayed, puede mantener que lo ocurrido, el 31 de agosto de 1997 en el túnel del Alma de París, fue un accidente.


Volviendo a la trama de Expediente X, el propio doctor Ellos reconoce que hoy conviven en el mundo el trigo y la cizaña, la verdad y la mentira, sin que ya casi nadie sea capaz de distinguirlas. Y confiesa: «A nadie le importa que la verdad salga a la luz, porque la población ya no sabe qué significa la verdad. La gente ya no sabe diferenciar qué es real y qué es falso. Puedo hablar de lo que quiera. La gente no sabrá si creérselo o no». Terrible verdad que comprobamos a diario.

Al final el capítulo se cierra con un broche magnífico. Scully prepara una tarta con gelatina de cerezas, que le trae «recuerdos maravillosos» de su niñez. Pero justo antes de compartirla con Mulder se arrepiente. Ya no quiere probarla. Lo que quiere es recordarla como era. «Quiero recordarlo todo como era», admite la atractiva pelirroja. Y yo también, Dana. Pero no es posible. No es posible regresar a los noventa, ni mirar con los mismos ojos el mundo que nos rodea. 

Nuestra época ha pasado. Por ejemplo, el principio de libertad de expresión ya está sentenciado; ahora es momento de la imposición ideológica. Ya no es tiempo de informaciones o documentos clasificados. Son tiempos de herejías y mentiras, de falsa erudición y de ciencia fraudulenta. Ya no es preciso esconder la verdad en cámaras secretas para que no sea encontrada nunca; ya no es preciso hacer esfuerzos para que no vea la luz, evitando que sea reconocida; sólo con diluirla en el vasto océano de las opiniones vulgares, con colocarla en medio del bosque infinito de opinantes, pasará hasta el fin del mundo desapercibida. Aunque se halle a plena luz del día. Porque la verdad es lo que dice el sistema. Y el sistema es quien está detrás de mi serie favorita.



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