El mundo de ayer, el mundo de hoy, los mundos perdidos
Releyendo las memorias de Stefan Zweig, al hilo de los últimos acontecimientos en Siria, me planteo el interrogante de si correré yo la misma suerte que los hombres y mujeres de las dos grandes guerras mundiales. Si estuviera loco no me haría esta pregunta. Si estuviera ciego, ni siquiera me plantearía lo que digo. Pero el mundo en el que vivo, podrido hasta la médula, está al borde del abismo. Y sin embargo se cree libre y seguro, al abrigo de la tormenta, lejos del Harmagedón final. Zweig define en sus memorias a la época anterior a la Primera Guerra Mundial como «la edad de oro de la seguridad». Aquel mundo, nos han contado, se trataba de un mundo libre y exento de riesgo. Y dicho sentimiento, antes y ahora, «era la posesión más deseable de millones de personas, el ideal común de vida. Sólo con esta seguridad valía la pena vivir y círculos cada vez más amplios codiciaban su parte de este bien precioso». Pero Zweig señala que este sentimiento de confianza escondía una arroga