Cuestiones de bioética: Implicaciones éticas de la geoingeniería
[Mientras se reconoce el problema de la sequía en España, se encubren sus verdaderas causas]. La geoingeniería es una
realidad aún muy desconocida. La opinión pública nada sabe de este conjunto de
técnicas que se están aplicando desde hace décadas bajo el más absoluto
silencio y arbitrariamente.
1. ¿QUÉ ES LA GEOINGENIERÍA?
La mismísima
Universidad de Oxford inició un programa en el año 2010 para el estudio de
tales prácticas, definiendo la geoingeniería como «la intervención deliberada a
gran escala en los sistemas naturales de la Tierra para contrarrestar el cambio
climático»[1]. El
término por tanto hace referencia a los planes de intervención «en los océanos,
los suelos y la atmósfera terrestres con el fin de reducir los efectos del
calentamiento global, por lo general de manera temporal»[2]. Parece
ser que contra el cambio climático todo vale, y que el fin en este caso sí
justifica los medios.
¿Pero de qué medios estamos
hablando? La tecnología que aquí se pretende examinar maneja una serie de
técnicas artificiales con vistas a gobernar, entre otros elementos, la
radiación solar, la radiación terrestre o los gases invernadero. Una propuesta
concreta de manejo de la radiación solar es la inyección estratosférica de
aerosoles (SAI), tecnología corroborada en público por el propio director de la
Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), John Brennan, el
pasado 29 de junio de 2016 en la sede del Consejo de Relaciones Exteriores
(CFR)[3]. La
referida inyección de aerosoles consiste en vaporizar grandes cantidades de
sustancias químicas en la homosfera (las tres capas atmosféricas más cercanas a
la superficie terrestre) tales como aluminio, titanio, dióxido de azufre y
carbón tóxico. Algunos estudios ya relacionan el uso de estas tecnologías con graves
trastornos de salud pública[4].
Cabe preguntarse
entonces si la geoingeniería incumbe o no a la bioética. Y la respuesta, según
hemos visto, es claramente afirmativa. En primer lugar porque la geoingeniería
es una tecnología que altera artificialmente el medio ambiente, y parece obvio
que perturbar el equilibrio natural del medio ambiente es una solución contra
natura; y en segundo lugar porque esparcir veneno directamente en la atmósfera incidiría
necesariamente y para mal en la salud de las personas.
2. LA
LEGISLACIÓN ESPAÑOLA CONTEMPLA LA GEOINGENIERÍA
Un principio ético
asumido en bioética es que la legalidad no es la fuente de la moralidad, sino
al contrario. Lo legal no tiene por qué ser legítimo si se opone a las leyes
natural y divina.
Pues bien, la
legislación española contempla alterar artificialmente el régimen de lluvias.
En el artículo tercero de la Ley de Aguas, Real Decreto Legislativo 1/2001, de
20 de julio, se reconoce que las precipitaciones pueden ser alteradas
artificialmente «por la Administración del Estado o por aquellos a quienes ésta
autorice»[5].
Unos años atrás, el Real Decreto 849/1986, de 11 de abril, por el que se
aprobaba el Reglamento del Dominio Público Hidráulico admitía, también en el
artículo tercero, que podrían emplearse procedimientos potencialmente adversos
para la salud[6].
El pretexto de que
tales prácticas están dirigidas únicamente a combatir el granizo, como parece
insinuar la misma ley, resulta ridículo. Se ha comprobado ya suficientemente el
vuelo de aviones cisterna que a su paso han dejado surcos químicos en cielos
perfectamente rasos y en días sin previsión alguna de tormentas. Y la práctica
va en aumento, tanto en intensidad como en periodicidad. Hablamos de
descomunales estelas que, en vez de disiparse enseguida, se ensanchan y al cabo
forman una especie de nubes deshilachadas y enfermizas. Hay, como se ha dicho,
cientos de pruebas, y en el anexo se incluyen algunas.
A nadie debería
extrañar que semejante panorama condujera más pronto que tarde a la
especulación con el clima a gran escala. La página web oficial de Bolsas y
Mercados Españoles, el operador de todos los mercados de valores y sistemas
financieros en España, lanzó en 2011 un proyecto para negociar con cuatro
variables meteorológicas: temperatura, viento, insolación y precipitaciones[7].
No es ciencia ficción. Como tampoco es ciencia ficción que existan empresas como
Olivers Travels, una empresa que garantiza el buen tiempo en determinados
eventos, como por ejemplo una boda[8].
3. CAMBIO
CLIMÁTICO Y GEOINGENIERÍA
Decíamos al principio,
siguiendo la definición de la Universidad de Oxford, que la geoingeniería es «la
intervención deliberada a gran escala en los sistemas naturales de la Tierra
para contrarrestar el cambio climático». De acuerdo con esto, este conjunto de
tecnologías hallan su razón de ser en el cambio climático. Igualmente, de
acuerdo a las autoridades y medios de comunicación, el cambio climático supone la
mayor amenaza para nuestro futuro[9].
Sin embargo, ya hemos visto cuán fácilmente se puede caer en la falaz tentación
de justificar los medios por un determinado fin. Al fin y al cabo, no parece
ético, ni tan siquiera lógico, envenenar el planeta para que éste no se
caliente excesivamente.
En la encíclica papal Laudato si, se discurre precisamente
sobre lo que se ha denominado eufemísticamente «la casa común». En realidad el
documento pontificio trata sobre el medio ambiente y la importancia de su
cuidado. En él se plantea la idea de una «ecología integral» (ambiental, económica
y social), como respuesta al delicado estado de salud del planeta en el que
vive la humanidad. Por
un lado, es indiscutible que la ley suprema de la Iglesia, como recoge
felizmente el actual Código de Derecho
Canónico (c. 1752), es la salvación de las almas. No menos cierto es que
ningún ser humano ha nacido para quedarse aquí: sabemos que ésta no es nuestra
casa permanente. Ahora bien, también es cierto que es más agradable vivir rodeado
de magnolias que de cactus. Y a nadie se le escapa, asimismo, que es más
saludable pasear respirando aire puro que no millares de partículas en
suspensión de carbono o cualquier otro químico. Que nuestro destino eterno sea
el cielo o el infierno no cambia la realidad de las cosas. Y es un hecho
innegable que vivimos en entornos tóxicos que implican riesgo y daño grave para
las personas y bienes de otra naturaleza, como por ejemplo los alimentos. ¿Se
nos olvida acaso que hemos recibido de Dios Padre el encargo de cuidar la
creación? ¿No somos a la vez sus ayudantes en esta labor preciosa?
¿Pero qué ocurriría si el cambio climático fuera un fraude
y un mayúsculo negocio? En ese caso los fines de la geoingeniería serían muy
otros. Y el supuesto cambio climático, la excusa perfecta para lograr dichos
fines mientras se amasan millones y millones de euros, dólares o libras
esterlinas. Lo cierto es que hay fundadas razones para creer que el pretendido
cambio climático es una estafa científica a nivel global, y que por tanto es
más adecuado hablar de una modificación artificial del clima con fines espurios
que no de un cambio natural del mismo[10].
Hasta el punto que puede hablarse ya, con claridad y toda
certidumbre, de manipulación climática con fines militares. La investigación en
tal sentido cuenta con varias décadas de desarrollo. Durante la Guerra Fría se
adelantó enormemente en estas tecnologías, siendo probadas por vez primera en
la guerra de Vietnam, en 1967, de acuerdo a las directrices marcadas en la
Operación Popeye. Según este proyecto militar secreto que solo fue conocido por
la desclasificación posterior de documentos, en el país asiático referido la United States Air Force (USAF o Fuerza
Aérea de los Estados Unidos) sembró nubes «con el objetivo de prolongar la
estación de monzones para bloquear las rutas de abastecimiento del enemigo a lo
largo de la Senda Ho Chi Minh»[11].
Desde entonces no han cesado estas operaciones[12].
Es decir, nos enfrentamos a un escenario inmediato de guerra climática, y no a
un cambio del clima provocado por la actividad espontánea del hombre.
4. CONCLUSIONES
Cerca de concluir la segunda década del tercer milenio, la
geoingeniería se nos presenta como una realidad, un hecho probado y una amenaza
potencial de alcance difícil de imaginar. Lo que estas tecnologías pretenden,
según anuncian las pocas autoridades académicas, científicas o políticas que
han hablado de ellas —y no precisamente para condenarlas—, es contrarrestar el
supuesto cambio climático. Pero hay, como se dijo más arriba, sobradas razones
para pensar que el llamado cambio climático es un fraude científico y un
negocio perverso.
Por tanto, se debe hablar más bien de auténtica guerra
climática, y de un deseo oculto por parte de las principales potencias
mundiales de «poseer el clima»[13].
De ser así, numerosos Estados podrían verse con las manos atadas y millones de
personas podrían ser esclavizadas y aun aniquiladas por fenómenos
meteorológicos extremos, como terribles sequías, espeluznantes inundaciones o
huracanes de violencia desconocida.
Frente a este orden de cosas la bioética ha de poder elevar
la voz y denunciar tales prácticas de manipulación climática, en tanto violan
las leyes físicas ordenadas por el Creador y suponen un riesgo inimaginable
para la vida humana sobre la Tierra.
No hay que olvidar que la bioética se preocupa no solo de
los problemas éticos originados por la investigación biológica y sus
implicaciones, sino también por las condiciones medioambientales en las que ha
de desenvolverse la vida, para que ésta sea digna o de calidad aceptable.
5. ANEXO
[11] Michel Chossudovsky, “Poseer el clima para uso militar”, en: (http://www.guardacielos.org/users/1/documentacion/poseer_el_clima_para_uso_militar.pdf)
[12] Silvia Riveiro, “La CIA y la manipulación del clima”, en: http://www.jornada.unam.mx/2015/03/07/opinion/025a1eco
(7 marzo 2015).
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