La sed de venganza en Berserk y el mal de este mundo


Si no estoy equivocado, el primer tomo publicado de Berserk en España fue en 2004. Empecé a seguir esta serie interminable en un período especialmente feliz de mi vida, llegándome a comprar hasta treinta números de la misma. Pero a pesar de su gancho irresistible, la acabé olvidando. Ahora he vuelto a ella, volviéndola a leer vorazmente. No me importa reconocer que me sigue pareciendo un manga espectacular, e igual de impresentable, indigerible, inconveniente, cruel e innecesario. Pero en esta ocasión me ha hecho reflexionar muy gratamente, sobre todo en torno al sentimiento de odio y a la sed de venganza, arrebatos que dominan al protagonista absoluto de este truculento serial de origen japonés que a continuación analizamos.


El argumento de Berserk se reduce a la sucesión de peripecias de su personaje principal, Gatsu, llamado a sí mismo «el guerrero de las tinieblas». Dicho sobrenombre se debe a la actividad marcial del protagonista, que libra una batalla sin cuartel contra todo tipo de demonios mientras es acosado por infinidad de espíritus malignos, en sueños y durante la vigilia.

Con un dibujo espléndido acorde con la negrísima historia, la figura de Pack, un pequeño elfo al que Gatsu salva la vida, se me antoja esencial como contrapeso a la violenta atmósfera que todo lo envuelve, pues el duendecillo supone una nota de humor y de ternura que alivia la tensión de la narración y la hace soportable.


Pero Gatsu también posee otro sobrenombre, que es el que da título a esta obra: Berserk. Este alias alude, como en seguida se percibe, a los guerreros de élite vikingos, los berserkers, que tomaban sustancias alucinógenas antes de entrar en combate y luchaban bajo una especie de trance o frenesí homicida. Gatsu es igualmente un guerrero temible, que deja a su paso ríos de sangre y montañas de cadáveres. A lograr semejante cosecha ayudan lo suyo su puño de acero y su monumental tizona. Con todo, el hecho de que Gatsu pueda manejar una espada monumental y supere a temibles enemigos se debe a una razón oculta: un odio intestino y una sed de venganza insólitos que le llevan a abrazar el dolor más agudo. Sin duda, a tan desaforado sentimiento contribuye el recuerdo constante de un misterioso estigma, que sangra cuando entra en su radio de acción algún mortal enemigo. Barrunto que la posesión de esa llaga cainita es lo que motiva la expedición de desquite de Gatsu, pero de momento Kentaro Miura (autor de la obra), no ha rebelado a qué es debida, o al menos yo no lo he descubierto todavía.

Yo quería sin embargo comentar un aspecto concreto de este manga épico y salvaje. Gatsu, como ya dijimos, hace la guerra a sus enemigos poseído por un odio sañudo y una sed de venganza interminable. Además, sus acciones y comentarios revelan un profundo desprecio hacia los débiles, comportamiento que explicaría quizá un trauma pretérito, aún desconocido.


En cuanto al deseo de venganza, qué diremos. Vengarse es cobrar satisfacción por un daño recibido. No me parece que haya muchos sentimientos tan naturales y razonables como éste. Sin embargo, las civilizaciones más refinadas han discutido toda la vida si vengarse es legítimo. Nietzsche, por ejemplo, creyó que era propio de espíritus mezquinos desquitarse por un agravio. Otros subrayaron que la venganza es la justicia del hombre salvaje. Pero si nos matan a un hijo, en el fondo no creemos que haya justicia porque el malhechor vaya a la cárcel y recibamos una importante indemnización económica. Y salvo que se crea ciegamente en una instancia superior a la humana que castigará ese crimen a su debido tiempo, lo más humano, a mi entender, es aplicar uno mismo el castigo. ¿Quién, si no hay Dios, tiene más derecho que un padre a resarcirse o a aplicar al criminal su merecida condena? En este sentido, si Jesucristo no fuera Dios, el cristianismo sería una aberración insoportable. Y algo parecido sería la siempre parcial e insuficiente justicia de los hombres. En cambio, si hay Dios, a nivel personal el odio no tendría por qué afectarnos, ni tampoco sus efectos audestructivos.

No en vano, Confucio advirtió varios siglos antes de Cristo que el que está dispuesto a emprender el camino de la venganza, debería cavar dos tumbas, la suya y la de su enemigo. ¿No deberíamos considerar, también, si no vengarse no puede ser otra forma de venganza? Y más aún, pues entre los filósofos es posible hallar a lo anterior su contrapunto positivo; el emperador Marco Aurelio afirmó que el mejor modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele. Reflexión sublime que no resuelve sin embargo el mal que nos han hecho, ni repara el dolor de una terrible pérdida.

Por eso no negaré que para no odiar hay que poseer un espíritu sencillo y puro, ni que me produce un inmenso placer ver al guerrero de las tinieblas masacrando villanos. 

En este caso, finalmente, estoy con Putin, y con la tradición milenaria de la Iglesia Católica: al que comete un crimen infame hay que enviarlo con Dios lo antes posible para que sea juzgado. Y en este deseo no hay ningún odio, sino auténtica sed de justicia, que no es otra cosa, en definitiva, que avidez desesperada por que el mal sea extirpado de una vez por todas de este maldito mundo.


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