El nacimiento de Jesús: En esta Nochebuena «vengo a anunciaros una gran alegría: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador»
En esta noche santa celebramos los cristianos un hecho extraordinario, una noticia feliz. Recordamos, con gozo y esperanza, el nacimiento de Jesús. Fue llamado por sus padres el Dios que salva y el Dios que está con nosotros. Su nacimiento, sin duda alguna, fue una gran alegría, un acontecimiento grandioso, discreto y sublime a la par. Dios se hacía hombre para morir por nosotros, redimirnos del pecado y darnos ejemplo de vida. ¿Cabía hazaña mayor? Durante sus treinta primeros años, Jesús vivió con María y José. En los últimos años de su vida, enseñó públicamente su doctrina, la practicó con sus obras y la confirmó con sus milagros.
Esta noche nos juntamos para celebrar su venida. Reunidos en familia, festejamos que tenemos un Dios amante y un Señor que trae consigo dicha y paz. Sin embargo, en la mayoría de los hogares hoy no nacerá este niño santo; de hecho, en la mayoría de los corazones no se le preparará al Niño Dios ningún templo, ningún pesebre, ninguna cuna para nacer, para morar, de modo que sea para nosotros la más íntima compaña en esta vida de luces y sombras, risas y lágrimas, placeres y fatigas, misterios insondables y promesas divinas. En la mayoría de los hogares no faltarán, en cualquier caso, comida y bebida, bromas y bailes, ruido y tal vez furia, discordias y rencillas. Pero el protagonista de esta Nochebuena no somos nosotros, ni el menú especial de Navidad, ni el guateque posterior, sino el Niño bendito que quiere recostarse en nuestros brazos, que pide paso ya en nuestra vida, que desea con tierno afán nuestras atenciones y cuidados.
Y es que está en la libertad de cada cual acoger a esta divina criatura, a este Dios chiquito e inmenso que padeció y murió por todos los hombres, y que nos exige, por el alto precio que pagó, aprovecharnos de su infinito sacrificio y luchar por entrar en el Reino al que nos invita.
Dice, en fin, un villancico que la nostalgia vuelve al hogar al llegar la blanca Navidad. Pues ojalá llegue de verdad a algunos corazones para hacerlos recapacitar. Y ojalá también nieve, copos blanquísimos de fe, de esperanza y de amor fraternal.
A todos vosotros que me leéis, a mi familia, a mis amigos y a mis hermanos en la fe: Feliz Navidad, desde el fondo de mi corazón.
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