El Poema épico de Gilgamesh o la primera gran epopeya literaria de la humanidad
En el maravilloso universo de las letras
profanas el Poema de Gilgamesh constituye el primer gran
clásico de la literatura universal. Durante varios miles de años el poema había
permanecido silente, hasta que a mediados del siglo XIX, entre las ruinas del Antiguo
Oriente, fue descubierta la flamante biblioteca de Asurbanipal. A la vista de
los investigadores quedaron expuestas millares de tablillas cuneiformes.
Cientos de ellas pertenecían a la legendaria epopeya de Gilgamesh, que sería
descifrada poco después por George Smith, joven asistente del Museo Británico.
Desde ese momento el Poema de Gilgamesh quedó incorporado a la
Historia de la Literatura.
El Poema, a
pesar de todo, es muy escasamente conocido, y por motivos obvios no goza del
prestigio de obras occidentales del mismo estilo, como las joyas de Homero. Lo
cual no significa que no sea una historia exquisita e intemporal.
Gilgamesh es el héroe fabuloso del
poema. Soberano terrible de Uruk, encuentra pronto un rival a su altura,
convirtiéndose enseguida en su más íntimo amigo. Juntos vencen a poderosos
monstruos y fieras, pero al morir Enkidu, su gran aliado y amigo, Gilgamesh
queda profundamente conmovido. Entonces quiere alcanzar con sus propias fuerzas
el paraíso, iniciando un durísimo viaje por lugares lejanos y desconocidos, sin
conseguir finalmente su propósito.
El texto se divide en doce tablillas, y
presenta como tema principal el deseo por parte del hombre de alcanzar la
inmortalidad (meta inaccesible pero secretamente deseada). En torno al destino
indefectible del hombre revolotean, además, un buen puñado de cuestiones de
categoría universal: el amor, la amistad, la religión, la guerra, la aventura,
el hombre y la naturaleza, la fama y la gloria, el sufrimiento, el miedo, la
muerte, la resignación, etc. Al final el fondo filosófico del Poema es
marcadamente pesimista, concluyendo con una verdad de naturaleza teológica:
sólo los dioses viven eternamente.
Ni siquiera los héroes pueden derrotar a
la muerte, sustraerse a su destino fatalista. La condición humana, en
consecuencia, es siempre dramática, pues está definida por la inexorabilidad de
la muerte. Y esta impresionante experiencia brota de la aventura misma. Con
todo, el esfuerzo del héroe sirve de algo: su fracaso pone de manifiesto los
límites del ser humano.
Reconozco, en fin, que profeso un
especial cariño a esta narración épica. Las congojas del héroe no varían un
ápice de las que soportan los hombres del siglo presente. Y todos estos
interrogantes son siempre ocasión de cavilaciones preciosas. Además, me
interesan muy particularmente las cosmovisiones precristianas, pues el
contraste entre la sabiduría griega, o en este caso de Medio Oriente, y las
paradojas cristianas, ofrecen una luz maravillosa para ver más allá en el
misterio del hombre y en el de la historia.
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