La Divina Comedia de Dante Alighieri: La gran odisea y alegoría cristiana
Una de las cumbres más altas de la literatura universal es sin duda alguna la Divina Comedia. Para algunos admiradores será quizá la cresta más alta de todas, pero a determinadas cotas las obras maestras se elevan por encima de las nubes de nuestra inteligencia natural haciendo imposible, aun para los grandes especialistas u hombres de inmensa cultura, establecer con precisión su verdadera talla. Sea como fuere, a la primorosa creación de Dante Alighieri sí se la puede considerar la gran odisea cristiana, pues toda ella es resultado de un impresionante viaje espiritual hacia la redención definitiva del hombre.
Sabido es que este fabuloso viaje, llevado a cabo por el propio Dante en compañía de otros personajes históricos como Virgilio o San Bernardo, es un recorrido por los tres escenarios de la vida ultraterrena: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Menos sabido, sin embargo, es que tras la literalidad del texto (las aventuras que salpimentan el periplo) se esconde un universo de significados teológicos y filosóficos propios de la época del autor florentino. De modo que también puede describirse a la Divina Comedia como la gran alegoría cristiana.
La Divina Comedia es, por eso mismo, una ficción en virtud de la cual el viaje físico de Dante representa el esfuerzo que ha de hacer el cristiano para alcanzar la salvación eterna. Dante, como hijo fiel de la Iglesia, era muy consciente de que la perfección cristiana a la que llama Jesucristo a sus seguidores se logra por medio de la conquista. En consecuencia, el camino hacia la santidad requiere en todo momento de un sincero esfuerzo ascético, de la lucha interior contra las tentaciones y el pecado.
Precisamente, la necesidad imperiosa de deshacerse del pecado y convertirse en un hombre nuevo es lo que lleva a Dante a emprender esta afanosa odisea. El pecado es la desgraciada situación de partida del personaje descrita en el canto introductorio: Dante se encuentra de repente en medio de una selva oscura, o lo que es lo mismo, anegado por el pecado, por haberse «apartado del camino recto». Él mismo es quien se acusa y reconoce estar en tal circunstancia. Triste circunstancia al fin y al cabo, que ocasiona al ilustre poeta mayor tristeza que la muerte misma, llegando incluso a llamar a sus propias miserias «cosas dignas de compasión».
En fin, ¿qué diremos de alguien que proclamó así su horror por el pecado?; ¿no sería a la fuerza un alma piadosa? Y tal vez santa, pues los santos han sostenido con sorprendente firmeza que antes es preferible morir que pecar. Y Dante no hace otra cosa, al comienzo de su obra, que solicitar la inspiración, a ejemplo de Homero y Virgilio, para narrar cuáles y cuántas fueron sus cuitas en pos de evitar la segunda muerte o condenación del alma. Así pues, no sin motivo dijo del autor de esta obra extraordinaria el papa Benedicto XV, que en la ilustre corte de hombres eminentes que han dado esplendor y gloria a la fe católica, y aun a las letras y artes en general, ocupa un lugar privilegiado Dante Alighieri.
Para el citado papa, en definitiva, el propósito de tan excelente varón al componer su poema fue elevar a los seres vivientes de esta vida por encima de su estado de miseria, y llevarlos al estado de felicidad que es el de la gracia divina. Así es, ciertamente. Y sin embargo muy poco a mi parecer se ha hecho notar la condición cristiana de Dante, y menos aún el valor espiritual e incluso teológico de su gran obra, a pesar de los ríos de tinta que ha hecho correr la misma. Coyuntura que me alienta a madurar, de cara al séptimo centenario del fallecimiento de Dante, ya cercano, una serie de ensayos centrados en la Comedia: sin duda la gran odisea y alegoría cristiana, aunque ni mucho menos la única.
Sabido es que este fabuloso viaje, llevado a cabo por el propio Dante en compañía de otros personajes históricos como Virgilio o San Bernardo, es un recorrido por los tres escenarios de la vida ultraterrena: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Menos sabido, sin embargo, es que tras la literalidad del texto (las aventuras que salpimentan el periplo) se esconde un universo de significados teológicos y filosóficos propios de la época del autor florentino. De modo que también puede describirse a la Divina Comedia como la gran alegoría cristiana.
La Divina Comedia es, por eso mismo, una ficción en virtud de la cual el viaje físico de Dante representa el esfuerzo que ha de hacer el cristiano para alcanzar la salvación eterna. Dante, como hijo fiel de la Iglesia, era muy consciente de que la perfección cristiana a la que llama Jesucristo a sus seguidores se logra por medio de la conquista. En consecuencia, el camino hacia la santidad requiere en todo momento de un sincero esfuerzo ascético, de la lucha interior contra las tentaciones y el pecado.
Precisamente, la necesidad imperiosa de deshacerse del pecado y convertirse en un hombre nuevo es lo que lleva a Dante a emprender esta afanosa odisea. El pecado es la desgraciada situación de partida del personaje descrita en el canto introductorio: Dante se encuentra de repente en medio de una selva oscura, o lo que es lo mismo, anegado por el pecado, por haberse «apartado del camino recto». Él mismo es quien se acusa y reconoce estar en tal circunstancia. Triste circunstancia al fin y al cabo, que ocasiona al ilustre poeta mayor tristeza que la muerte misma, llegando incluso a llamar a sus propias miserias «cosas dignas de compasión».
En fin, ¿qué diremos de alguien que proclamó así su horror por el pecado?; ¿no sería a la fuerza un alma piadosa? Y tal vez santa, pues los santos han sostenido con sorprendente firmeza que antes es preferible morir que pecar. Y Dante no hace otra cosa, al comienzo de su obra, que solicitar la inspiración, a ejemplo de Homero y Virgilio, para narrar cuáles y cuántas fueron sus cuitas en pos de evitar la segunda muerte o condenación del alma. Así pues, no sin motivo dijo del autor de esta obra extraordinaria el papa Benedicto XV, que en la ilustre corte de hombres eminentes que han dado esplendor y gloria a la fe católica, y aun a las letras y artes en general, ocupa un lugar privilegiado Dante Alighieri.
Para el citado papa, en definitiva, el propósito de tan excelente varón al componer su poema fue elevar a los seres vivientes de esta vida por encima de su estado de miseria, y llevarlos al estado de felicidad que es el de la gracia divina. Así es, ciertamente. Y sin embargo muy poco a mi parecer se ha hecho notar la condición cristiana de Dante, y menos aún el valor espiritual e incluso teológico de su gran obra, a pesar de los ríos de tinta que ha hecho correr la misma. Coyuntura que me alienta a madurar, de cara al séptimo centenario del fallecimiento de Dante, ya cercano, una serie de ensayos centrados en la Comedia: sin duda la gran odisea y alegoría cristiana, aunque ni mucho menos la única.
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