¿La Tierra es plana o esférica? Tierra plana, un libro incómodo para el paradigma científico oficial al poner en jaque el modelo heliocéntrico
Días atrás daba a
conocer en este blog el espacio dedicado a cuestiones científicas, dentro del
campo de las letras profanas de la academia que he dado en llamar Schola
Palatina. Entonces prometí poner en tela de juicio el actual paradigma
cientificista. Pues bien, el libro que acto seguido presento prueba
sobradamente que aquella afirmación ni era una bravata ni un brindis al sol. Tierra
plana es un libro rompedor e incómodo para el paradigma científico
oficial. Su autor, un joven audaz, pone exactamente el dedo en la peor de las
llaga de la facción cientificista al discutir el dogma de Copérnico y Galileo,
convirtiéndose así en uno de los pioneros en lengua española en defender el
geocentrismo, junto a los profesores Gorostizaga Aguirre y Bernadic Cvitkovic,
que se adelantaron tres años con su trabajo Y sin embargo no se mueve al
libro que nos ocupa. Aunque en este caso el autor va un paso más allá y habla concretamente de tierra plana.
De entrada, discutir
sobre modelos astronómicos en una sociedad que se considera a sí misma libre,
racional y desarrollada debería ser algo habitual e incluso deseable, y no
necesariamente en círculos académicos. En segundo lugar, respecto al modelo
geocéntrico, no solo es legítimo plantearlo, sino que además es razonable
sostenerlo.
Dicho lo cual, es
lógico que poner en duda a estas alturas el modelo heliocéntrico— después de un
extenuante bombardeo propagandístico en medios de comunicación y escuelas de
todo el mundo— levante sarpullidos y provoque histerias colectivas. Pero lo
cierto es que en Estados Unidos existe desde hace décadas un acalorado debate,
nunca extinguido del todo, entre defensores de la esfericidad de la Tierra y
campeones de la centralidad y planicidad de la misma. Y si algo tiene de
valioso el libro de Oliver Ibáñez, autor de Tierra plana, es que, entre otras cosas, ha puesto a disposición del gran público en lengua española
lo esencial de ese debate, recogiendo las voces de algunos de los trabajos en
inglés más serios y documentados sobre el asunto y dando a conocer la postura
terraplanista, huérfana de paladines en España y aun en la misma Iglesia. Por
tanto, quien desee protestar, debería impugnar más bien a los autores que cita
el autor de este valeroso trabajo, pues en realidad ellos son los que soportan
el peso de esta obra subtitulada «La mayor conspiración de la historia». Por otro lado, no se
debe ignorar en ningún momento que el debate crítico y educado
es señal de buena salud pública, mientras que la dictadura del pensamiento
único y la proliferación de babiecas es síntoma de mentalidades serviles y
conciencias atrofiadas.
Con todo, quisiera señalar algunas deficiencias que he
encontrado en el libro. La principal es la animadversión que ostenta el autor hacia la Iglesia católica (la considera corrupta en la página tres y entiende
que alentó a Copérnico para que extendiera su teoría heliocéntrica por el
mundo), que se debe en realidad a una confusión por desgracia muy frecuente
en nuestros días: identificar la Santa Iglesia con una jerarquía
infiltrada por la masonería. En cualquier caso, desde aquí animo al autor a
adquirir mayor competencia en Historia Eclesiástica para poder ver la
diferencia que señalo, pues una cosa es la Iglesia católica, que es un misterio
divino y humano y por tanto santa y pecadora a la vez, y otra algunos papas
masones o incluso una falsa iglesia. Sea como fuere, sé que Oliver está muy
cerca de la fe verdadera y espero que más pronto que tarde la profese. Otras
cuestiones de menor relevancia que me parecen también discutibles se refieren
sobre todo al origen de la masonería y a pequeños detalles relacionados con sus
tres últimos capítulos. Pero no deseo extenderme. Sí advertir, en última instancia, un último
defecto: hubiera sido conveniente indicar con mayor precisión las citas y
acompañar el trabajo de una bibliografía final (pero ésta es más bien una
sugerencia formal para futuras revisiones; en cuanto al estilo, a pesar de alguna
falta de ortografía, es más que correcto).
En fin, Oliver
concluye su libro afirmando que «la ciencia, la observación, la experimentación
y las Sagradas Escrituras prueban que vivimos en un plano inmóvil situado en el
centro del universo, que todos los cuerpos celestes giran alrededor nuestro en
el firmamento y que todo lo que existe ha sido diseñado de manera inteligente
por un Creador. Si la gente supiera la verdad, el mundo ficticio que la élite
ha creado para nosotros caería y volveríamos a estar en el lugar de suprema
importancia que nos corresponde» (página 213).
Hay que reconocer, finalmente, que Oliver sí es precursor, al menos hasta donde mi
conocimiento alcanza, en publicar en español la falta de credibilidad de la
NASA y la alocada teoría de la bóveda celeste (que, dicho sea de
paso, me parece fascinante y perfectamente creíble).
A continuación destaco algunas afirmaciones, para nada gratuitas sino fundadas en poderosas razones, de este escrito sorprendente y deleitable, animando a su lectura a cuantos estén
dispuestos a cuestionarse lo incuestionable y a dirigir sus pasos tal vez por
el camino de las verdades incómodas en vez de por el de las mentiras
confortables:
—TESIS DEL LIBRO:
«Jamás se ha demostrado ni la esfericidad ni el movimiento de la Tierra. De
hecho, todos los experimentos científicos que se han realizado para detectar el
movimiento y la curvatura de la Tierra han determinado que nuestro mundo es un
plano totalmente inmóvil. Esta cosmovisión, respaldada por la observación y la
experiencia, es la que aparece en las Sagradas Escrituras y la que han adoptado
todas las civilizaciones a lo largo de la historia. Sin embargo, durante los
últimos siglos los poderes ocultos que gobiernan en la sombra han sustituido
nuestro mundo real por una Matrix creada a partir de teorías engañosas y
ficticias» (pp. 1-2).
—La Tierra no es una
esfera.
—La Tierra no se
mueve.
—La fuerza de la
gravedad no existe.
—La NASA es un
fraude.
—El Sol y la Luna
están dentro de la atmósfera terrestre y no en el espacio exterior a cientos de
miles de kilómetros de distancia.
—El modelo
astronómico bíblico es el geocéntrico...
En fin, mi más sincera enhorabuena al autor de Tierra plana, por esmerarse en conocer el universo en el que vive y por poner en jaque a los defensores de un más que dudoso consenso científico.
En fin, mi más sincera enhorabuena al autor de Tierra plana, por esmerarse en conocer el universo en el que vive y por poner en jaque a los defensores de un más que dudoso consenso científico.
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