Macbeth muere maldiciendo la vida y en la impenitencia final
En la admirable constelación de villanos shakespearianos quizá Macbeth no sea el más abyecto ni retorcido, pero es innegable que resulta igualmente demoníaco y que representa un tipo muy concreto de criminal.
Perversos son en esa constelación de bellacos Macbeth, Edmundo de Gloucester, Yago y Ricardo III. Posiblemente este último sea el más abominable de los cuatro, pero son diabólicos desde el primero al último. Cada uno en su estilo, sin embargo, pues son prototipos de crímenes y pecados heterogéneos.
Perversos son en esa constelación de bellacos Macbeth, Edmundo de Gloucester, Yago y Ricardo III. Posiblemente este último sea el más abominable de los cuatro, pero son diabólicos desde el primero al último. Cada uno en su estilo, sin embargo, pues son prototipos de crímenes y pecados heterogéneos.
A
Macbeth le concierne el crimen por ambición. Al asesinar a Duncan, rey de
Escocia y huésped suyo, quebranta la ley divina y comete uno de los pecados que
claman al cielo. Siente de inmediato arrepentimientos y temores mientras lo
atormenta una conciencia que acaba por silenciar, mediante una sucesión de
crímenes que le garantizan mantener sobre sus sesos la corona de Escocia.
Recientemente, apareció en España una edición maravillosa, bilingüe, de esta gran tragedia de
Shakespeare bajo el sello y el buen hacer de la editorial Reino de Cordelia. Es
una edición ejemplar, pero no atina al presentar Macbeth como la tragedia que
plantea el absurdo de la existencia. En realidad es un error de bulto, común
entre las miríadas de intérpretes del ilustre dramaturgo y poeta, creer que éste pensaba lo
que proclaman sus personajes. Y sin duda la voz de Shakespeare se descubre en
algunos de ellos, pero es seguro que éste no suscribiría las palabras finales
de su criminal monarca, que maldice la vida y la entiende como un cuento
contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada. Quien
dice esto no es Shakespeare. Lo repetiré las veces que haga falta. Quien afirma
eso es su criminal personaje. Y es lógico que así se refiera a la vida el
usurpador del trono escocés, pues sus días postreros son desgraciados y
borrascosos; se sabe burlado por fuerzas malignas que le han inducido al
crimen, y que en tal acción arriesgaba su salvación eterna. Shakespeare muestra,
a través de este personaje cruel y sanguinario, el hado de quien muere en la
impenitencia final. Eso es todo. ¿Cabría esperar otra sentencia si quien la
pronuncia es un hombre como éste, fríamente malo, y que peca lúcidamente? Desde
luego, la existencia para Macbeth sólo puede ser rabiosamente absurda. En
cuanto a lo que a Shakespeare concierne, él sólo se encarga de enfrentarnos a
los abismos del mal.
En
relación con esto, la última adaptación cinematográfica de Macbeth representa
muy bien la inquietante atmósfera de la obra y esa alma llena de escorpiones de
su personaje principal. Michael Fassbender encarna en esta ocasión, y con
notable éxito además, la figura del rey de Escocia. En él se aprecian muy bien
los pavores y angustias que le afectan, después de haber derramado sangre
inocente por una funesta promesa. Y desde luego nadie diría que está viendo un
drama existencial contemplando esta cinta, sino una tragedia histórica, puesta
en marcha por la ambición desmedida de su satánico protagonista.
El
clima, por cierto, es un rasgo esencial en la obra. Brumas, tormentas y rayos,
visiones de brujas, oráculos nefastos, castillos helados y solitarios… Éste es
el Shakespeare más arrebatado y romántico; el Shakespeare más mágico. Macbeth
es una obra maestra.
En
fin, descubro fascinado que mi admiración por Shakespeare crece exponencialmente
en la medida en que releo sus obras. Porque son las estrellas más lustrosas del
firmamento literario. A fin de cuentas, el teatro de Shakespeare posee una
resonancia admirable, y un sentido del hombre absolutamente único, que conmueve
hasta lo más hondo.
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