Rivendel y el Valle de los Caídos


Dada la coyuntura política, y con la idea de cumplir con la obligación que me he impuesto de visitar el Museo del Prado trimestralmente, me he acercado a la capital española con varios objetivos bien definidos. El más importante, regresar a El Escorial y al Valle de los Caídos. En ambos enclaves se localizan dos monumentos de un nivel artístico extraordinario, que simbolizan, además, dos momentos felices de la historia de España. Uno la victoria en la batalla de San Quintín contra los franceses en 1557; el otro la del bando nacional contra el terror rojo revolucionario.

El Valle de los Caídos lo pisé por primera vez hace muchos años, con mi novia de entonces. La impresión que me causó en aquel momento fue indescriptible. Sin lugar a dudas me topé con un monumento nacional, religioso y funerario único. De hecho la basílica fue uno de los monumentos más increíbles que hasta esa fecha había visto en mi vida. Más de una década después, he visto muchos monumentos impresionantes y obras de incomparable belleza. Y puedo asegurar que ninguna la empequeñece. La impresión que produce penetrar en el inmenso corredor de la basílica, tras ascender las escalinatas de la inmensa explanada y tras haber contemplado el exuberante paisaje alpino, es, como decía, inenarrable. Además, el lugar detenta unas connotaciones históricas que lo hacen único en la península. Me refiero al hecho de que sea un mausoleo que reúne cadáveres que se enfrentaron en una guerra fratricida, y ahora descansan bajo la sombra de la cruz, esperando la resurrección de los muertos, donde serán nuevamente separados, a derecha e izquierda de Cristo, según justicia divina. Esa circunstancia, a mi juicio, debería convertir este lugar en un lugar sacrosanto. 

Pero nada hay intocable o sagrado para los malditos de este mundo. Malditos que no respetan ni a los muertos porque jamás les han preocupado realmente los vivos. Por eso las excusas, viniendo de quien vienen, suenan a hueco. 

Los restos de genocidas como Lenin, Stalin, Tito y Mao reposan de hecho en mausoleos, o tumbas, que son visitados por miles y miles de personas cada año. Pero ellos no fueron «fascistas», y por tanto sus matanzas están, para sus simpatizantes, no sólo justificadas sino bien vistas. En España, hoy, quienes perdieron y provocaron la última guerra civil buscan resarcirse desde hace tiempo, y poco les importa abrir heridas, o que las rencillas entre españoles se vuelvan intestinas, saltando por los aires amistades y familias.

Esto se veía venir desde hace tiempo. De nada sirve engañarse. Además, la historia se repite incesamentente cuando se la ignora, como una especie de castigo bíblico que pone a prueba la estulticia del hombre, purgándolo y reconduciéndolo antes de que sea demasiado tarde. Pero esto lo sabemos cuatro bichos raros; los cuatro bichos raros que leemos libros estimables (desconocidos por el público), y gastamos nuestro tiempo libre cultivando las verdaderas humanidades, en vez de ingerir la telemierda que nos ofrecen los pudridores de sociedades, o animando a «la roja» en el Mundial de Rusia, como si nuestra vida girara en torno a ello. ¿Acaso puede recapacitar el vulgo y entender que el fútbol es forraje para que las masas estén distraídas y canalicen su frustración criticando algo superfluo?

Y es que más allá de lo que el vulgo ve a través de las ventanas de la televisión, hay otros mundos. Más allá está por ejemplo Rivendel, la ciudad-refugio de Elrond asediada por Sauron. Y como Rivendel, el Valle de los Caídos también está protegido por encantamientos para rechazar a los profanadores, pues el Valle cuenta con la Abadía de la Santa Cruz y las oraciones de sus monjes, haciendo de ese enclave un santuario único donde curar las fatigas del cuerpo y aun las del espíritu.

Por eso cuando las hordas ladran yo acudo a la hospedería del Valle de los Caídos. O deambulo por museos, alcázares, palacios y monasterios. La paz interior no tiene precio. Y yo sólo la encuentro lejos de los zombis y de los trols, que son precisamente los que quieren sitiar de nuevo el Valle de los Caídos, último baluarte de una España que era infinitamente más libre, más feliz, más y mejor educada y más española.

Ya queda poco, al fin, para ver si las hordas demoníacas asaltan Rivendel, o por el contrario la fortaleza sigue inviolada, sirviendo de refugio para los elfos y los hombres de buena voluntad. Sauron no debería menospreciar la inestimable ayuda del cielo con la que cuentan lugares como el Valle de los Caídos, porque precisamente en Rivendel la Compañía del Anillo inició la expedición que arruinaría sus planes para siempre. Y si Rivendel es ficción, Covadonga es un hecho cierto. Y quien dice Covadonga, dice el Alzamiento.


Comentarios

  1. Luis, me gustaría ilustrar tu publicación con un detalle que me impactó sobremanera. Lo digo acerca del revanchismo de los rojos de hoy día, de aquéllos que son herederos ideológicos de quienes durante los días previos a la Guerra Civil se dedicaban a asaltar iglesias y conventos y dar el paseíllo a todo aquel que no bailara al son de sus consignas proletarias. El hecho ocurrió hace varios años, bastantes ya, durante un programa de televisión. En él fueron invitados dos autores que habían publicado recientes obras referidas a la contienda civil. Fue uno de ellos quien pronunció la frase que me dejó impresionado por su rencor y su carácter miserable, sólo pronunciable por quien ha perdido gran parte de su humanidad. Creo recordar que el referido autor había publicado un libro de fotografías sobre los muertos del bando republicano durante la Guerra Civil. Durante el debate, el otro autor invitado le recordó algo obvio: "señor, en la Guerra Civil murieron personas de los dos bandos enfrentados y se cometieron atrocidades en ambos". La respuesta no la olvidaré nunca: "A mí los muertos del bando nacional no me importan".
    Con eso está dicho todo.
    Gracias, Luis. Un saludo.

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  2. Soros es quien puso al okupa de la Moncloa para destruir lo que queda de España. Las izquierdas son cizañeras, homicidas y revanchistas. Esto acabará nuevamente en tragedia.

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    1. Esperemos que la sangre no llegue al río. Por lo demás, coincido contigo.

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